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"1000 kilómetros": ¿valen la pena?

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El esfuerzo y la apuesta son muy grandes para realizar semejante carrera y cuando el retorno desde la consideración general y la respuesta del público no está a la altura del evento, es necesario preguntarse si vale la pena apostar a convertir en un clásico una competencia de 1000 kilómetros, a la que le cuesta mantener enganchada a la gente durante más de cinco horas y media, ya sea detrás de un televisor, o en las tribunas del Autódromo, que ya en esta segunda edición se vieron muy poco pobladas.

La carrera puede gustar más o menos. Esta segunda experiencia probablemente haya sido menos atractiva en la pista que la de la pasada temporada, aunque no dejó de tener sus emociones. Sin embargo, el análisis debiera hacerse desde un costado extradeportivo. En tiempos donde los contenidos audiovisuales y los espectáculos tienden a ser cada vez más cortos, y el consumidor es más inquieto y explorador, pareciera una misión casi imposible retener a los espectadores durante tanto tiempo pendientes de un evento.

Mientras el tenis analiza acortar los partidos de los certámenes Grand Slams de cinco a tres sets, el TC alarga su carrera a una extensión de 1000 kilómetros, equivalente a siete carreras convencionales. Proponerles a los simpatizantes que destinen casi todo un domingo para ver una carrera es comprometerlo a una odisea familiar. Peor aun si esa propuesta es para los millennials, esos jóvenes escurridizos con una amplia variedad de intereses para elegir. Así es difícil fidelizar al potencial público del mañana.

Fin de semana largo, día del niño, domingo frío, entradas costosas ya pasada la mitad del mes, pueden ser algunas de las explicaciones de la poca concurrencia del público en relación a lo que acostumbra a presentar el TC en el Autódromo de Buenos Aires. De todas maneras, no habría que descartar del análisis la variable del espectáculo.

Mucha gente que vio la primera edición desde las tribunas del coliseo porteño en el 2017, no volvió a estar presente este domingo. El desarrollo de la competencia no es sencilla de seguir por televisión y mucho menos entendible para quienes están detrás del alambrado. Es una carrera compleja, con muchas estrategias, detenciones en boxes, cambios constantes de posiciones, alteraciones en el clasificador y alternativas que no siguen un desarrollo lineal. Un automovilismo lejano a la tradición argentina.

 La ACTC apuesta y confía en convertir a los “1000 km” en la cita más importante del TC de cada temporada. En el medio estará el desafío de convencer a su público. Pero también a sus pilotos y equipos, que padecen más que lo que disfrutan en la previa a esta fecha que demanda el doble de presupuesto que un fin de semana convencional del calendario.

Es válido el intento. Y si la decisión de la categoría es extender en el tiempo la realización de los “1000 kms”, se hará camino al andar. Los pilotos y equipos asimilarán los secretos de una carrera diferente, los comisarios deportivos deberán pulir desprolijidades, se tendrán que sumar más recursos para que los televidentes puedan contar con mayor información de la carrera, y es imperioso que el público que acuda al circuito tenga más atractivos fuera de la pista para que no deban volver a descansar a sus autos particulares a esperar a las últimas vueltas de la carrera y luego volver a las tribunas para ver el banderazo final.

Por ahora, los “1000 km del TC” pareciera entretener y cautivar más a los protagonistas que a los espectadores.

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