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Así funciona un modelo de IA: la explicación sencilla detrás del algoritmo

La inteligencia artificial está en todas partes: desde los asistentes virtuales hasta los generadores de texto y las cámaras de los teléfonos. Pero ¿cómo piensa realmente una máquina? Detrás de cada respuesta, imagen o predicción hay un modelo entrenado con millones de datos. Entender cómo funciona no requiere ser programador: basta con mirar bajo el capó del algoritmo.

Así funciona un modelo de IA: la explicación sencilla detrás del algoritmo
Así funciona un modelo de IA: la explicación sencilla detrás del algoritmo

De los datos al aprendizaje

El corazón de la inteligencia artificial (IA) es el aprendizaje automático, o machine learning. La idea es simple: en lugar de programar una regla para cada tarea, los científicos alimentan al sistema con grandes cantidades de ejemplos para que “aprenda” patrones por sí mismo.

Por ejemplo, si se quiere enseñar a una IA a reconocer gatos, se le muestran miles de imágenes etiquetadas como “gato” y “no gato”. El modelo analiza cada foto, detecta características repetidas —orejas puntiagudas, bigotes, ojos grandes— y ajusta internamente sus parámetros hasta que logra distinguirlos. Ese proceso se llama entrenamiento.

Cuantos más datos recibe el modelo, más preciso se vuelve. Pero también requiere gran capacidad de cómputo, por lo que compañías tecnológicas invierten millones en servidores especializados y chips de inteligencia artificial.


Los algoritmos que aprenden solos

Detrás del aprendizaje hay estructuras llamadas redes neuronales artificiales, inspiradas en el cerebro humano. Cada red está compuesta por “neuronas” digitales conectadas entre sí. Cada conexión tiene un peso numérico que se ajusta durante el entrenamiento, igual que una persona mejora con la práctica.

Las redes profundas —o deep learning— son las responsables de los mayores avances recientes: reconocimiento de voz, generación de texto, traducción automática o imágenes sintéticas. Modelos como GPT, DALL·E o Gemini funcionan con miles de millones de parámetros, equivalentes a conexiones neuronales virtuales.

“En esencia, la IA no razona como un humano, sino que predice cuál es la respuesta más probable según los datos que ha visto”, explica Marina Suárez, investigadora en ciencia de datos. “Lo sorprendente es que esas predicciones son tan precisas que parecen pensamiento.”


Inteligencia Artificial y el futuro del trabajo en la educación en  Argentina - Portada

De la teoría a la práctica

Cuando escribes en un chatbot, el modelo no “entiende” en el sentido humano. Lo que hace es analizar tu texto, identificar patrones lingüísticos y calcular cuál sería la siguiente palabra más coherente. Esa secuencia de predicciones genera la ilusión de conversación.

En un sistema de imágenes, la lógica es similar: el modelo convierte cada píxel en números, los compara con millones de ejemplos previos y produce una nueva imagen o clasificación. Todo ocurre en milisegundos gracias a potentes procesadores gráficos (GPUs).

El entrenamiento de estos modelos requiere enormes conjuntos de datos: textos de internet, fotografías, sonidos, códigos y hasta conversaciones humanas. De ahí surge el debate ético sobre de dónde provienen esos datos y cómo se protegen los derechos de autor y la privacidad.


¿La IA piensa o solo imita?

A pesar de su sofisticación, los expertos coinciden en que la inteligencia artificial no “piensa” ni “comprende”. Lo que hace es procesar información estadística. Su poder radica en su capacidad para detectar patrones invisibles para el ojo humano, lo que la convierte en una herramienta poderosa en medicina, educación, arte o investigación científica.

El reto, según los especialistas, es usar esa capacidad sin perder el control humano. “La IA es un espejo de los datos con los que se entrena”, dice Suárez. “Si los datos son sesgados, el reflejo también lo será.”


Conclusión: una inteligencia hecha de números

Detrás del misterio de la IA no hay magia, sino matemáticas, estadística y datos. Cada predicción, imagen o respuesta es el resultado de millones de cálculos invisibles. Comprender cómo funcionan estos modelos es el primer paso para usarlos de manera responsable.

Porque entender la inteligencia artificial no es solo tarea de ingenieros: en un mundo donde los algoritmos deciden cada vez más cosas, todos necesitamos saber cómo piensan las máquinas.

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