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EL "PODIO" DE BORGES, CON FANGIO Y LELOIR
A 30 años de la muerte del genial escritor, el recuerdo para quien compartió la distinción de Ciudadano Ilustre con el Quíntuple y el premio Nobel.
El 28 de marzo de 1973, el entonces intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Saturnino Montero Ruíz, declaró ciudadano ilustre a Juan Manuel Fangio, quíntuple campeón de Fórmula 1, junto con el escritor Jorge Luis Borges y con Luis Federico Leloir, Premio Nobel de Química. A 30 años de la muerte del gran escritor, el recuerdo de un podio imaginario compuesto por tres notables personalidades.
Las tres prestigiosas figuras fueron perpetuadas en una foto que se publicó en varios medios de la época. Cada uno con su distinción, casi como un podio imaginario del prestigio.
Días después, el pensador Ernesto Sábato escribió una nota para la revista Gente. Otro emblema de la cultura, publicó una nota a partir de esa foto. Sólo una foto y las mejores expresiones de un genial intelectual que buscó el origen de semejante encuentro y describió, con sencillez y maestría, la pintura que a cada personalidad de ese distinguido podio.
Sábato retrató a cada uno de ellos: “Y Sábato escribió del campeón: "Observo largamente esa fotografía, examino rasgos, gestos contenidos o latentes y pienso que serían necesarias muchas páginas para decir lo que sugiere, lo que se adivina o puede imaginarse de esos tres destinos tan dispares y sin embargo convergentes hasta ese momento en que fueron retratados juntos. ¿Qué los habrá llevado hasta ese instante? Y ¿qué ha movido a ese extraño intendente que ya tuvo la idea de honrar a aquel genio de la calle que se llamó Roberto Arlt? Estas meditaciones, como digo, serían largas de exponer, y aquí apenas podré dar algunos indicios. Y advirtiendo que en este momento crucial todo implica inevitablemente una cavilación sobre el destino de la patria, sobre esta Argentina que todavía no sabemos bien qué es, y cuya esencia es aún motivo de ásperas discrepancias.
"He aquí, por ejemplo, este modesto hijo de inmigrantes, a este ¿nuevo argentino?, que apareció cuando los antepasados de los otros dos ya habían hecho nación, algunos con sus libros y leyes, otros con lanza y sable de caballería. Contemplo a ese hijo de labradores italianos cuyo rostro podía sin embargo podría haber sido el de un senador romano (póngale la toga imagínelo en el peristilo del Senado, quizá esperando a César). Hay en su cara una especie de bonhomía cazurra, los residuos de muchos años de lucha, de quien ha visto la vida y sobre todo la muerte demasiado cerca, que ha alcanzado esa ataraxia de los sabios que han meditado sobre la fragilidad del triunfo y sobre la vanidad de las coronas de laurel: un sutilismo y casi imperceptible pliegue en el extremo de los labios está como anunciando una ironía inminente o retenida al borde de la inminencia.
"…Ese hombre, en fin, formado en la escuela de la escasez, paciente y laborioso como buen chacarero, seguidor y reticente, observador del viento y de los pájaros, de los indicios del cielo, invisibles para un pueblero o el zonzo o el vivo; modesto y orgulloso a la vez, tranquilo en la adversidad y corajudo en la fanfarronería. Y bueno, hombre; así se saca a un campeón en serio, no un charlatán que le pega por chiripa sino un genio que gana hasta que le da la voluntad, hasta que siente que ahí no más debe pararse, porque para eso tiene el exacto sentido del alcance”.
Y mantuvo sus diferencias con el genial Borges: "Las vueltas que da el mundo, Borges; cuando yo era un muchacho, en años que me parecen pertenecer a una suerte de sueño, versos suyos me ayudaron a descubrir melancólicas bellezas de Buenos Aires; en viejas calles de barro, en rejas y aljibes, hasta en la modestia magia que a la tardecita puede contemplarse en un charco en las afueras. Luego, cuando lo conocí personalmente, supimos conversar de esos temas porteños, ya directamente, ya con el pretexto de Schopenhauer o Heráclito de Efeso. Luego, años más tarde, el rencor político nos alejó, y así como Aristóteles dice que las cosas se diferencian en lo que se parecen, quizá podríamos decir que los hombres se separan por lo mismo que quieren. Y ahora, alejados como estamos (fijese lo que son la cosas), quisiera convidarlo con estas páginas que se me han ocurrido sobre el tango. Y mucho me gustaría que no le disgustasen. Créanmelo."
Por supuesto que también se refirió a Leloir: "No tiene la cara trabajada de Fangio, casi con seguridad no ha enfrentado la pobreza ni la muerte. En cuanto logre salir de ese salón absurdo en que se pronuncian discursos, correrá al laboratorio, sacará esos papeles que para ganar tiempo llevó a la ceremonia en sus bolsillos, se pondrá el viejo guardapolvo remendado y se sentará, con esa coquetería de sabio modesto, en una silla de paja con una pata rota ya fotografiada por las revistas y criticada por personas razonables en la sección carta de lectores, y aplicará el ojo al microscopio.".
Magistrales pensamientos alrededor de ese señor que ni siquiera levantó la voz para hacer alarde de tanto reconocimiento. Con la parsimoniosa pronunciación, Fangio, distinción en mano en el "salón absurdo en que se pronuncian discursos" que describió Sábato, expresó toda su sencillez: "Estoy como si hubiese ganado mi mejor carrera. Este es el día más glorioso para el hombre común".