Límite de Pista
Niñez y pantallas: qué dice hoy la evidencia científica sobre aprendizaje, atención y salud mental
Los estudios más recientes muestran que el impacto de las pantallas en la infancia es más complejo que la tradicional idea de “bueno o malo”. La calidad de los contenidos, el acompañamiento adulto y el tiempo de uso determinan efectos muy distintos sobre el aprendizaje, la atención y el bienestar emocional.
Una relación que evoluciona con la tecnología
La presencia de pantallas en la vida infantil ya no es excepcional: tabletas, celulares y computadoras forman parte del día a día. Frente a este escenario, científicos de distintas disciplinas han intensificado la investigación para comprender cómo influyen estos dispositivos en el desarrollo cognitivo y emocional. Las conclusiones actuales coinciden en un punto clave: no todas las pantallas afectan igual, ni a todos los niños del mismo modo.
Aprendizaje: depende del contenido y la interacción
Durante años se pensó que el uso temprano de pantallas podía retrasar habilidades lingüísticas o sociales. Sin embargo, investigaciones recientes indican que los efectos positivos aparecen cuando los niños consumen contenidos diseñados para la educación y participan activamente en ellos. Aplicaciones interactivas, programas que fomentan el pensamiento crítico y plataformas que se adaptan al ritmo del usuario pueden mejorar la comprensión lectora, la creatividad y la resolución de problemas.
La evidencia también destaca el rol del acompañamiento. Cuando un adulto guía la experiencia, el aprendizaje aumenta y se evita que el niño quede atrapado en estímulos superficiales o repetitivos.
Atención: riesgos en el uso excesivo
Los especialistas sí advierten que el uso prolongado e indiscriminado puede afectar los sistemas atencionales. Los estímulos rápidos y constantes —característicos de redes sociales y videos cortos— pueden dificultar la capacidad de concentración sostenida. Aun así, los estudios señalan que el impacto no es irreversible y depende, sobre todo, del equilibrio entre pantallas y otras actividades: juego libre, lectura, deporte y descanso.
Los videojuegos, por ejemplo, han demostrado efectos duales: pueden mejorar reflejos y atención visual, pero también generar hábitos de multitarea que reducen la capacidad de enfocarse en una sola tarea.
Salud mental: un panorama matizado
En cuanto al bienestar emocional, las investigaciones más recientes descartan una relación directa y automática entre pantallas y problemas de salud mental. Lo que sí se observa es que el uso problemático, especialmente en redes sociales, se asocia a mayor ansiedad, trastornos del sueño y comparaciones sociales dañinas en niños mayores y adolescentes.
Por el contrario, el contacto digital con amigos, el acceso a contenidos positivos y el acompañamiento familiar pueden tener efectos protectores: fortalecen la autoestima, ofrecen espacios de expresión y favorecen la conexión con otros.
La clave: calidad, equilibrio y presencia adulta
La ciencia actual coincide en que el debate no debe centrarse en prohibir o demonizar la tecnología, sino en enseñar a usarla con criterio. Priorizar contenidos educativos, establecer tiempos razonables y acompañar la experiencia digital permite que las pantallas sean herramientas de aprendizaje y no fuentes de problemas.
En un mundo cada vez más conectado, el desafío es construir un entorno donde la tecnología complemente —y no reemplace— los ritmos naturales de la infancia.
