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F1: Colapinto protagonizó un durísimo accidente en la qualy del GP de Las Vegas

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A 60 años del desastre de Le Mans
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No fue la tragedia más grande de la historia del deporte mundial: ese sitial espantoso le corresponde al desastre de Hillsborough, cuando en un inadecuado estadio de fútbol fallecieron 99 personas y casi 800 resultaron heridas, en 1989. Pero el desastre de Le Mans, dónde murieron cerca de 90 espectadores inocentes y algunos de cuyos efectos todavía se siente, ocurrido hace sesenta años, será siempre el peor accidente de la historia del automovilismo.

Ocurrió a las 18:27 del 11 de junio de 1955, a partir de una cadena de episodios. Mike Hawthorn (Jaguar) y Juan Manuel Fangio (Mercedes) disputaban frenéticamente la punta de las 24 Horas de Le Mans, corriendo a más de 190 km/h y cuando se preparaban para cumplir la 32ª vuelta se aproximaron a un grupo de rezagados. Hawthorn, que debía detenerse en los boxes para reabastecerse,  superó a otro Mercedes, el que conducía el veterano francés Pierre Levegh, y al pequeño Austin Healey de su compatriota Lance Macklin, pero para cumplir con la detención, repentinamente disminuyó la velocidad de su Jaguar y se movió hacia la derecha de la angosta pista.

Con esa maniobra se cruzó en la trayectoria de Macklin, que acaso distraído mirando por los espejos a Fangio, que también se acercaba a quitarle una vuelta, o porque no advirtió las luces de stop del Jaguar, frenó violentamente para esquivarlo. No está claro si al hacerlo las gomas se bloquearon y el coche se desplazó hacia la izquierda o si el mismo Macklin movió el volante. Lo cierto es que, de golpe, el pequeño bólido azul se cruzó en el camino del plateado Mercedes cuya conducción Levegh compartía con el estadounidense John Fitch.

Levegh alcanzó a levantar el brazo derecho, como alertando a Fangio que venía atrás, antes de que su auto embistiera a más de 200 km/h al Austin Healey. El Mercedes salió volando para pegar contra el terraplén que dividía la pista de la zona de tribunas. Pegó con un parapeto y allí quedó el chasis; el motor y el tren delantero, en cambio, se desprendieron y movidos por la inercia golpearon a la multitud con la facilidad con la que un cuchillo corta la manteca. La tragedia se desató.

De aquel accidente zafó de milagro Fangio, pasando a 260 km/h entre los autos involucrados. El balcarceño siempre agradeció aquel gesto de Levegh, que le salvó la vida. En ese momento, solo tenía dos títulos del mundo en su haber. Pudo haber caído allí para siempre.

El Austin Healey rebotó en el terraplén, cruzó la pista y atropelló a un grupo de policías, matando a uno de ellos, antes de quedar detenido. Hawthorn no logró parar su Jaguar delante de su box y se vio obligado a dar una vuelta más. Inmediatamente después del accidente asumió la culpa: varias fuentes lo citan al respecto; luego, más fríamente, negó toda responsabilidad.

Despedido del Mercedes en el primer impacto contra el terraplén, Levegh falleció de manera instantánea. Con carrocería de magnesio, el coche germano ardió durante horas; las piezas volantes derribaron a decenas de personas, decapitando a no pocas. Nunca se estableció con certeza la cantidad de víctimas, pero una aproximación relativamente precisa la sitúa en alrededor de 90, con 83 fallecidos en el acto.

Sesenta años atrás no había banderas amarillas ni auto seguridad; el director de la carrera, Charles Faroux –que había sido uno de sus creadores en 1923- tomaron la antipática decisión de continuarla, con el razonable objetivo de no obstruir el paso de las ambulancias en los caminos que llegaban y salían del circuito. Los directivos de Mercedes –una empresa alemana, sin grandes simpatías en una Francia que todavía no olvidaba las penurias de la guerra- evaluaron la posibilidad de retirarse de la carrera, que ganaban cómodamente con el auto de Fangio y su coequiper Stirling Moss. Tomaron la decisión cerca de las 2 de la mañana del domingo 12, casi ocho horas después del terrible accidente. Hawthorn, su compañero Ivor Bueb y el Jaguar D resultaron los tristes vencedores.

Algunas secuelas de la tragedia permanecen vigentes: Suiza prohibió en su territorio todas las carreras en circuitos y tal cancelación continúa en ejercicio. Fangio vivió para ganar tres títulos más y falleció en 1995. Hawthorn fue campeón mundial de Fórmula 1 en 1958 pero a los pocos meses, en enero de 1959, resultó la víctima fatal de un accidente vial. Macklin murió en 2002.

La memoria de las víctimas no morirá jamás.

 


 

 

 

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